viernes, 24 de octubre de 2008


Resignada, sumerjo mi resaca de domingo en la caverna vaporosa. Línea D. Afuera uno de los pájaros cuyo karma instaló en medio de la city, chilla ante el infierno del medio día. Las toneladas de la bolsa con el tinto, la coca y la ensalada de papa, echan un volquete de arena más al desgano que me provoca la ficción del día de la madre.

De camino al andén, un tipo disfrazado de abeja me saluda desde uno de los empapelados publicitarios, que también los domingos siguen taladrando al deseo colectivo. Como un cajero de macdonals en feriado, el hombre construye trabajosamente un gesto de “amo estar acá”. Imposible. Cien por ciento imposible. Por otro lado, el pedido de piedad -lo único verdadero en ese gesto- se ametralla desde las pupilas del insecto.

Tal como una cachetada paterna, el tren relleno de caras largas suspende mi meditación. Justo cuando empezaba a entender por qué de a momentos me deshago a la espera de que un día no muy lejano, algún dedo trastornado se exprima contra el famoso botón.

1 comentarios:

santiago dijo...

del andén y la resaca, de no mirar atras o de si hacerlo, y epulsarlo como catapulta a verso, prosa o al viento.

 
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