lunes, 20 de octubre de 2008

El anochecer mastica el domingo de congregación familiar potenciado por el "día de". En una parada de 168, la abuela eterniza su rol materno y, a pesar del nimio tamaño de su quebradizo cuerpo, carga con estoicicidad el igual de cansado pero de menor resistencia nieto de tres años.

Mas allá de las ojeras y resoplidos se la rebusca para incitar al diálogo con su hijo, quien le responde con genéricos monosílabos, ensimismado en mandar mensajitos a quien sabe quien con su third generation cellphone que tanto contraste hace con la camiseta de boca campeón 2000. Su otro mano, la libre, frota su vertiginosa nariz, y eventualmente deja algún que otro recuerdo verdoso sobre el caño que sostiene el cartel con el recorrido. Ansiedad típica, contracciones rítmicas de mandíbula, cualquier cosa para evitar la depresión dominguera.

Finalmente el colectivo aparece. Y papá debe retomar su rol. -"Levantate chabón, que ni en pedo te llevo a upa", repite, mientras sacude con vehemencia al profundamente dormido (éste si) mocoso.

Un seco "chau" sin beso, y un empujón escaleras arriba al pendejo. A punto de arrancar, le pide al chofer que detenga la marcha. "¡Vieja, espera!" La madre se da vuelta y mira ilusionada. "¿No tendrás monedas para prestarme? Me quede sin cambio". Su monedero escupe tres de un peso. "¡Gracias! Chau viejita, feliz día".

Felíz día.

1 comentarios:

::bsd:: dijo...

Aargh son las madres estruendosamente maternales.

 
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