jueves, 9 de octubre de 2008


“Tengo SIDA, con la plata que me da usted compro los medicamentos”, en un cartón mal cortado se ve escrito de una manera gruesa, muy primaria, con un pintura negra tipo de crayón. El portador de este supuesto cartel es un vagabundo que se pasea por las calles del barrio porteño de Congreso.

Este hombre tiene el estándar necesario para ser vagabundo: un jean terriblemente gastado, remera vieja, algo en los pies que en algún momento fueron zapatillas y su cara lo dice todo, hay hambre, sueño y necesita sus medicamentos.

El nacimiento de la calle Combate de los Pozos es hoy su escenario de pedidos. Se pasea de auto en auto para rescatar una monedita para la compra de sus remedios.

El semáforo le da la seña roja correspondiente para que nuestro vagabundo deambule entere los autos, toca en uno a uno las ventanillas.

Segundo round para el luchador de las monedas, primer auto, golpe negativo, segundo, golpe negativo, tercero una moneda de veinticinco centavos.

La recaudación comienza, el vagabundo obtiene su primera recompensa y sale de la calle aunque el semáforo siga en rojo. Por la calle un hombre ve lo sucedido mientras camina y espera al portador de SIDA en la vereda.

El hombre recibe al vagabundo en la vereda, desabrocha su sobretodo y la luz del día muestran que debajo de ese ropaje negro y oscuro lo hábitos.

El hombre lleva una camisa gris toda abotonada, unos pantalones al tono, un pañuelo de seda que tapa ese cuello blanco que hace más fácil reconocer al religioso.

El cura saca de su bolsillo un billete de dos pesos con su mano izquierda y con la otra, le hace la señal de la cruz cual enfermo que está a punto de morirse.

El vagabundo parece haber entendido el gesto a la perfección: El cura tapado solo quiere darle la plata para contribuir con su día pero es seguro que hubiese preferido otro tipo de ayuda antes que un billete de dos pesos.

Para cualquier creyente el gesto del cura es normal pero, la escena brindó otro espectáculo. La realidad fue que el religioso no mostró un claro hecho de beneficencia religiosa ni de ayuda solo le alegró la tarde al vagabundo que busca plata y no la cura para su enfermedad.

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