viernes, 5 de septiembre de 2008

Siempre hay dos polos opuestos. Amor y odio, lindo y feo, pero que tan distinto es ver cuando dos realidades totalmente distintas se chocan o se encuentran en un mismo punto. Todos los días un grupo de cinco o seis chicos de la calle piden plata en la puerta de un country ubicado en la zona oeste.
“Don, me da una monedita, lo que tenga, algo que con mis hermanitos necesitamos comer”, la frase la recita a toda hora un chiquito que se nota muy resistente a todo, esta de pantalones cortos, descalzo y con un buzo que parece taparlo del invierno.
La perseverancia parece ser un recurso inagotable en la vida de los pequeños hermanitos de la puerta del country, su olfato está perfectamente entrenado para rastrear al auto que capaz le salva parte del día o quizás, toda la mañana.
Las sensaciones son encontradas, hay propietarios del country que le agradecen día a día a su mecánico de confianza por haberle puesto el polarizado a su auto, un divisor ideal de la realidad que con su tonalidad negra hace que no se pueda ver la cara de los chicos que piden plata.
¿Por qué la gente elude la carta de un chiquito que está lastimada por el frío, con ojos sucios por las lagañas que nunca se limpian al igual de esos mocos secos que parece estar siempre alojados al final de la nariz? La verdad, no se sabe.
Por otro lado, existen personas como la abogada Alejandra, una mujer fuertísima en su vida que hace oídos sordos a las criticas de los propietarios altaneros y los días del niño les regala golosinas, ropa y un poco de compañía a los pequeños vecinos del country.
La puerta de acceso a los propietarios o visitas del country es umbral que separa el edén de la realidad que nos toca. Algunos pasan rápido para poder entrar a su recinto seguro y tratar de no mezclarse con aquellos que no tiene nada como lo son sus nuevos vecinos, los hermanitos de la puerta que nunca van a estar ausentes aunque el consorcio se los prohíba.

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