martes, 16 de septiembre de 2008


Corrientes y Colombres. Mucho tránsito porteño infestado de colectivos, autos, camiones y motos que solo querían ir hacia una misma dirección, la mía.

El tránsito no se movía, estábamos con mi mamá en el medio de esos embotellamientos en el que no se pueden mover ni los que pretenden seguir, era imposible.

El semáforo se apodera de nuestro nulo movimiento solamente con el color rojo. Delante nuestro un hombre en moto sacado de una canción de Pappo, campera de Jean, tachas por todos lados y una conocida chopera que lo hacia mas reo de lo que parecía.

Nuestra espalda estaba cubierta por un enorme camión fletero que parecía no tener muchas más ganas de seguir andando y, mucho menos, su conductor.

Los chicos que limpian los vidrios de los autos salen en busca de sus presas vidriadas como leones, ciegos con el afán de poder ganarse el mango a cualquier precio.

“No quiero que me limpies el vidrio y no toques el auto”, indicó mi mamá con mucho carácter que no asusto al limpiador que parecía estar insistente.

“Por favor, te pido que no lo hagas, no limpies el vidrio y no toques el auto”, insistió mi madre.

Al no ver reacción alguna del chico que pretendía limpiar, la ofuscada madre gritó: “Te dije que no”, y rápidamente movió el auto en un diámetro imposible y, en consecuencia, el joven golpeo el auto y se fue hacia el vecino fletero de atrás.

La escena siguiente fue calcada. El fletero se negó a que el chico le limpiara su vidrio y el joven reaccionó con furia y también golpeo el camión.

El motoquero fue espectador número uno del suceso, siguió con detenimiento cada reacción del chico limpia vidrios y de los conductores enojados.

El reo de la moto chopera estacionó su vehiculo en el medio de la calle, se acomodó la campera y de su pantalón sacó una pistola plateada brillante, como aquella arma del lejano oeste y se dirigió en busca del chico.

Mi madre al ver el arma se paralizó, en un primer momento pensó que este motoquero se podría aporvechar de la situación de tensión que había pasado y sacarle el poco dinero que llevaba encima.

Pero no.

El motoquero fue por el chico, lo agarró del cuello, lo levantó del piso, lo llevó hacia la vereda y le apuntó con la pistola en la cabeza.

El semáforo se puso en verde.

Mi mamá arrancó y el tránsito embotelló la imagen, sin poder seguir viendo lo que el motoquero pretendía hacer con ese chico.

2 comentarios:

Leonardo Ferri dijo...

No Fede! No podés dejarme así con el final!

En otro orden de cosas, me da ternura cuando nombrás a tu mamá :)

porteña dijo...

jajaja Ternura, esa es la palabra, sí. De más está decir que ayer busqué en todos los diarios si había salido algo de una posible muerte a manos de un motoquero, pero no había nada... menos mal.

 
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