lunes, 22 de septiembre de 2008

Psique neblinosa y la boca una gran colilla a las 14 del día domingo. El mareo del mal descanso se mezcla con un ron cubano gorgojeante que amenaza salir por el tracto por el que entró la noche anterior. El anciano recoge la hedionda ropa con vahos etílicos y atraviesa el umbral de su hogar, lanzado a la empresa adquisitoria de sal y cafeína.

La gravedad del ascensor lo retuerce; el primer sol transmite jaqueca efímera ante el contacto con el iris. El anciano arrastra sus pies en desmesurada sincronia: un beat en ascenso proveniente de un exento de km. nunca taxi marca el redoble de talón sobre baldosa. Allá arriba, a hectáreas de distancia, mozalbetes extasiados insisten en perdurar una noche que finalizó años atrás. Conforme avanza hacia ellos, los trasnochados se multiplican, vomitados de un tugurio que en otras oportunidades funciona como salsódromo.

Mediante empujones el anciano se abre paso entre idos, que lo confunden como uno más de la manada. Cruza la avenida, su hedor a combustible, y se zambulle veloz en el aséptico veinticuatro horas.

Música funcional y frío artificial resultan una bendición. Sin fuerzas para esperar a adquirir el producto, abre la gaseosa, y deja que el néctar burbujeante humedezca su garganta en sequía.

Detrás del glub glub, un murmullo crece; palabras sin destinatario cobran sentido al abrir los ojos, y reconocer una sombra humanoide en los límites de su campo visual.

-“Larga la noche en ‘Porto Bello’, ¿eh?”.

El anciano intenta escudriñar los ojos del portavoz, pero sólo lo hace con los propios, vidriosos, resecos, reflejados en los inmensos lentes ahumados del locutario. La expectancia de una respuesta lo obliga a espetar un genérico “así parece” que, al pasar por sus cuerdas vocales, se transforma en un gruñido. Acto seguido, devora una papita, y da por finalizada la conversación.

-“¡Ehh, pará, pará! ¿Cómo vas a comer? ¡Te va a hacer bajar!”.

-“Acabo de despertarme”, espeta el anciano luego de un trago.

Una sonrisa se dibuja en el rostro ajeno: “Si, claro. Yo también”, responde el insomne, y se da media vuelta, dando, ahora sí, por acabada la charla.

Cansado, el anciano paga lo correspondiente y emprende el regreso a su hogar, arrastrando no solo sus pies, sino tambien al cuarto de siglo que denota su documento de identidad.

0 comentarios:

 
Pobres y Anónimos Diseñado por Wpdesigner y adaptado por Zona Cerebral