miércoles, 5 de noviembre de 2008

"Vos escuchame y seguime la corriente", dijo el pasajero a su compañero de viaje, con una sonrisa maléfica y un humor a prueba de los vagones transportahumanos del ferrocarril San Martín.

Y así empezó su exposición, clarita y en voz alta:

"A vos te parece que haya que viajar así? Cuántos seremos en este vagón? 300? No habría que pagar más boleto hasta que no hagan algo. Te parece que la gente tenga que viajar colgada? O sino cuando haya alguna demora hay que prender fuego el tren y listo".
"Sí" -dijo su cómplice tentado de reírse- "así van a aprender, para que no vengan con el tren bala ni ninguna de esas pelotudeces".



A esta altura el resto de los pasajeros, apretujados entre asientos, mochilas escolares y bicicletas (muy lejos de esto que mostraba La Nación), se habían contagiado la "indignación" del pasajero iniciador, y empezaron a quejarse a los gritos contra la empresa de trenes, Cristina, los políticos y María Santísima.

Y los dos agitadores se quedaron en silencio, divertidos y disfrutando oír el caos generado por su actuación.
Y a mí, al menos por tres estaciones, me alegraron el viaje.

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