viernes, 27 de marzo de 2009

Apenas arribé a Brasil y prendí la tele me puse a llorar. Eran 4 canales: 2 de noticieros, uno de música y otro de novelas y variedades. Todo lo que surgía de esa programación era absorbido por mi cerebro ávido de contenido chabacano.
Tomé nota mental de un Festival Nacional de las Hortalizas donde juraban que habría gente bonita por todos lados que esperaría de brazos abiertos. En la posición en la que me encontraba, no estaba en condiciones de discutirle a la TV nada de lo que me prometía.

Hubo un programa en especial que captó mi atención más que el resto, uno al que sugerí a mi pareja estable que nos juntáramos a ver para evaluar curvas y guarangadas. Era la elección de la Garota del Verano, en la que esperábamos ver culos brasileros para todos los gustos y placeres. Sería uno de esos eventos para criticar rubias y alabar morochas, pelearse por cuál de ellas tiene las mejores tetas y terminar disconformes con la ganadora… como acá, en Argentina.

Ni bien el desfile había comenzado, notamos que las 50 brasileras que circularían la pasarela vestían mallas enterizas azules. La primera de ellas empezó a caminar moviendo su cuerpecito, la cámara la seguía. Reparamos en su sonrisa, tenía bonitos ojos, la cámara continuaba siguiéndola en un plano medio de la parte superior de su torso, miré sus hombros, tan parejitos y también la cintura, finamente contorneada. Supimos que era Abogada, que estudiaba hacía tiempo sin poder terminar la carrera porque además trabajaba con sus padres. De pronto nos dimos cuenta de que la dama ya estaba volviendo a su lugar de origen y, más importante, no habíamos visto su culo.

Decidimos dejar de hablar entre nosotros para concentrarnos en la tele y no perdernos esta parte vital para definir a la ganadora entre las 49 concursantes siguientes.
Así fue como, prendidos a la pantalla, vimos una a una a las demás garotas desfilar de la mitad para arriba. “¿Y los ojetes mega gigantes de las brasileras, dónde están?”, “¿Para qué lo vimos entero?”, eran algunas de las preguntas que circulaban atónitas y retumbaban entre las paredes del departamento. Acostumbrados al modus operandi de la televisación nacional, esperábamos ver los poros de los 103 pendejos púbicos de las muchachas (muchas de ellas pebetas de 16 años), u observar cómo rebotaban los menuditos pechos en medio del tórax fornido y bronceado.
En lugar de culos, información académica. En vez de tetas, cualidades intelectuales… y ropa. “¡Qué aburrido!”, recuerdo haber pensado: “En Brasil las mujeres son más que un agujero” (o al menos, es menos evidente).

 
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