lunes, 16 de febrero de 2009

Si bien todos los personajes de Disney conviven en un mismo universo, las interacciones entre distintos personajes suelen tener como pivotes centrales al ratón Mickey y al pato Donald. Los personajes secundarios como Tribilín, el Tío Rico o los sobrinos siempre interactúan, por separado, con alguno de estos dos personajes centrales. No es normal que muchos de estos personajes secundarios se crucen. Y cuando lo hacen, es por algún acontecimiento de magnitudes epopéyicas.

Tribilín y el Tío Rico dialogan en una viñeta de una Disney Aventuras colombiana que, en la "epoca de oro" solían importarse directo desde Colombia. Un barbudo de veintipico es el dueño de la edición que, sin ningún tapujo, tanta sonrisas le causa en un subte a las seis de la tarde. Pronto guarda la revista en su mochila, y sin dejar de sonreir observa al vagón. El vagón, por su parte, cuando el barbudo voltea la cara, lo observa a él.

Entonces su vecino despunta una de esas pequeñas computadoras con forma de celular y, golea a la selección brasilera en otro clon del fifa 95 desarrollado en java. Barbeta mira curioso, y comienza a hacerle preguntas referidas al juego, molestando al pasivo player que apenas atina con monosílabos. El cuestionario se corona con un "puedo jugar" cuya respuesta , claro está, es negativa.

A su derecha, un ejecutivo analiza la situación y, si bien sabe que el mangazo es inminente NO PUEDE dejar de mandar ese SMS tan importante. Y entonces la situación se repite: "¿Estás mandando un mensajito?","escribis con los números, no?","¿Con quien estas hablando?". Los auriculares impiden responder.

Y la sonrisa del barbudo se desdibuja. Aferra su mochila cada vez mas fuerte y comienzan a salir lágrimas de sus ojos, atrayendo la atención de curiosos siempre pacatos al contacto visual directo. Barbas se levanta de su asiento. "Necesito plata. Una moneda". Llora. "Tengo hambre". Y su desesperación crece. Comienza a caminar de una punta a la otra del vagón, buscando una mirada, alguien, algo. "Por favor" grita, con mocos chorreantes.

Barbas no consigue nada, y se arrastra al siguiente vagón. A mi lado, una risita y un: "el hijo de puta quería generar empatía".

lunes, 9 de febrero de 2009

Circulando por el barrio de La Boca
un muchacho detuvo el bondi:
tenía la piel negrita y zapatillas gigantes,
unos rulos despeinados
y medias blancas, pero grises
Prejuiciosa, prejuiciosa yo…

Se sentó a mi lado en el último asiento del colectivo
(el resto del lugar estaba vacío)
Yo llevaba un bolso transparente
él una campera cubriéndole un brazo entero;
la campera era de corderito
y repito: le cubría un brazo entero.
Prejuiciosa, prejuiciosa yo…

Que me roba que me roba que me roba
Que me va a robar
Que tarde o temprano me va a robar
Mejor me guardo el documento en el bolsillo
Y la tarjeta
Y la llave también
Prejuiciosa, prejuiciosa yo…

Que se para y me arranca el bolso
Que se para y me lo va a arrancar
Mejor lo abrazo bien fuerte y lo escondo.
Prejuiciosa, prejuiciosa yo…

Mejor me cambio de asiento
o me bajo ya mismo, acá
“pero si me bajo ya mismo me violan, me violan acá
y encima me van a robar”
Prejuiciosa, prejuiciosa yo…

Upa algo está pasando:
se bajó y no me robó.
Devolví mis cosas al bolso,
todavía me tiembla un pulmón
Prejuiciosa, ¿prejuiciosa yo?

viernes, 6 de febrero de 2009

Abrió su cartera ni bien se sentó, y sacó el paquete con el objeto tan preciado. Quitó la cinta, removió la bolsita y ahí estaban, ella y su cd, separados tan solo por un celofán. Lo miró por un momento y sonrió levemente. Lo giró, miró la contratapa, luego el lomo y volvió a la tapa.

Amor amarillo, de Gustavo Cerati, no era lo que se dice una novedad discográfica, pero era nuevo para ella.
Intentó, no sin poco esfuerzo, quitar el celofán. Pareciera una broma del fabricante, que produce envoltorios difíciles de romper, jugando con la desesperación del melómano que sigue comprando discos compactos. Pero lo logró. Y una vez que abrió la cajita, miró el CD, y lo quitó de su base, esa base transparente hecha también por el enemigo, que se romperá a la cuarta o quinta vez de poner y sacar el disco.

Tomó el booklet (la manera progre de decir
librito) y lo olió. Y sin dudas sintió ese aroma a nuevo, mezcla de plástico y tinta, que sirve para endrogarse hasta la compra del próximo original, quién sabe cuándo...

Recordé la primera vez que vi un
cidí, en una vidriera de algún shopping. Y la primera vez que tuve uno en mis manos, allá por los primeros noventas, uno de Pink Floyd que tenía mi tía, que no me había gustado porque con mis once o doce años no entendía ese tipo de música todavía...

Después tuve uno de Guns N' Roses, ese de la tapa azul con el tipo pensando, que era importado porque todavía no se fabricaban acá... Tener ese plástico que parecía metal, era tener el futuro en las manos. No más cassettes ni vinilos; y tan lejos de los cd's vírgenes, pendrives y mp3
desespiritualizados, si se me permite el término.

Leyendo el librito viajó ella, durante todo el trayecto del 152, que le debe haber sido eterno, por las ansias de llegar a su casa para poder escuchar ese disco, que aún sin sonar, la acompañó durante todo el viaje.

 
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