jueves, 30 de octubre de 2008

Con tono imperante y el rostro constipado de indignación, el chico hace cosas que no son de chicos. Doce años quizás? Trece? Y el padre escucha, orgulloso, el fruto de su adiestramiento, marcado por su impronta ideológica. Fue suficiente con ver a esa mujer de aires gitanos, con un niño a cuestas y otro precediendo sus pasos, para descargar su arsenal de barbaridades.

"Ves? A vos te parece que haya que viajar así? No deberían dejarlos subir a pedir, yo quiero viajar tranquilo y viene ésta, o los otros que venden, a gritar, a molestar. Me vas a decir que la plata la usan para comer? Seguro se la bardean en cualquier cosa... Sino los nenes no estarían ni sucios ni con esa cara de hambre..."
- "Fijate como lo lleva envuelto", acota el padre.
- Un desastre, parece un paquete... Que vayan a hacer algo, laburen... Cuánta negrada, por Dios...

Silencio, mirada hacia abajo y de vuelta a su mundo. Un mundo chiquito e irreal, donde los chicos repiten lo que dice papá, aparentan saber mucho y hablan bajito
, claro, no vaya a ser que el resto de los pasajeros escuche...

lunes, 27 de octubre de 2008

viernes, 24 de octubre de 2008


Resignada, sumerjo mi resaca de domingo en la caverna vaporosa. Línea D. Afuera uno de los pájaros cuyo karma instaló en medio de la city, chilla ante el infierno del medio día. Las toneladas de la bolsa con el tinto, la coca y la ensalada de papa, echan un volquete de arena más al desgano que me provoca la ficción del día de la madre.

De camino al andén, un tipo disfrazado de abeja me saluda desde uno de los empapelados publicitarios, que también los domingos siguen taladrando al deseo colectivo. Como un cajero de macdonals en feriado, el hombre construye trabajosamente un gesto de “amo estar acá”. Imposible. Cien por ciento imposible. Por otro lado, el pedido de piedad -lo único verdadero en ese gesto- se ametralla desde las pupilas del insecto.

Tal como una cachetada paterna, el tren relleno de caras largas suspende mi meditación. Justo cuando empezaba a entender por qué de a momentos me deshago a la espera de que un día no muy lejano, algún dedo trastornado se exprima contra el famoso botón.

Ella caminaba rápido por Lavalle,
él caminaba contra sus pies
y al cruzarla le agarró la mano,
fuerte.

Él usaba kipá
Y le colgaban trenzas largas al costado de las sienes.
Tan chiquito como un onceañero
con arrugas de cincuentón

Ella miraba el brazo apresado
le temblaba la mochila
(hay a quienes las sorpresas
no les sientan bien)

“¿Dónde está su sonrisa?’”, pregunto él,
ella lo miró transparente,
“Nunca salga sin su sonrisa”, le ordenó;
era cierto: había perdido sus comisuras.

Él soltó su brazo
y le deseó buen día;
ella se fue riendo,
pensó que estaba loco...

martes, 21 de octubre de 2008


“El dueño de la estación las pone en bombacha y personalmente elige una a una, es una locura”, confiesa con una seguridad matemática un tachero de la ciudad porteña mientras que espera que carguen su tubo de gas.

El ojo porteño se anima a calificar y clasificar cualquier elemento que lo rodea. Las chicas que trabajan como playeras de las estaciones de servicio, no quedan exentas al paneo que viene acompañada de la crítica poco sutil.

“Es una cosa de locos eso pibe, pero acá el que la hace bárbaro es el de la caja (supuesto dueño de la estación de servicio) se las come a todas”, gatilla el tachero que parece ser, a simple vista, un erudito del chimento petrolero que todo lo sabe.

Las pobres chicas trabajan en condiciones insalubres para el ya antes mencionado, ojo crítico. La vestimenta consiste en: La gorra oficial de la empresa, una musculosa muy ajustada que no deja nada libre para la imaginación, zapatillas, una calza blanca, azul o roja (depende de que compañía petrolera estemos hablando) y, la cereza del postre, una micro tanga que puede ser usada como hilo dental y pone como loco a la muchedumbre.

El selecto staff de marketing de la empresa parece seleccionar a cada una de las empleadas por sus atributos y como consecuencia atraen al cliente que contar de ver algo, compra caramelos y los pone en el lugar donde va la nafta.

Las chicas segundo a segundo agarran las mangueras de los surtidores para ponerlas en los autos y lentamente, el sector masculino de la estación se pone a mirar sus auto y se va formando como una popular de cancha de fútbol.

Las empleadas limpian el vidrio y la hinchada agita un: “Uffffff” o capaz se escucha una frase que cita al tan poético “Bambino” Veira. Solo el respiro de la muchedumbre pone en complicidad la mirada hacia las calzas de las chicas.

Terminado el servicio cada propietario de los vehículos se sube a su unidad y parte para el rumbo que ya tenía pactado. Lo mas triste es que ningún espectador de tan dichoso desfile, dejó una mísera propina para las trabajadoras.

lunes, 20 de octubre de 2008

Hay historias que uno no sabe si creerlas, pero por las dudas...

Parece ser que la señora X tiene gustos raros, al menos en lo que a mascotas se refiere. No tiene un perro, ni un gato. Tampoco una pecera, ni mucho menos una tortuga. Nada de mariconadas: la fulana tiene una boa (que llamaremos Y), una de esas víboras que comen animales enteros y los trituran con su cuerpo.

Ella la cuidaba con dedicación y le compraba ratoncitos para que el bichito satisfaga su apetito. Pero un día, de repente y sin saber porqué, la boa dejó de
comer. Su dueña intentó variar el menú con algún otro tipo de roedor, pero no, nada dio resultado.

Una mañana, la señora X se llevó una sorpresa mientras dormía tranquila en su cama: la viborita, húmeda y brillante, estaba acostada a su lado, con un extremo en la almohada y el otro en los pies del colchón. X se asombró, pues Y nunca había hecho algo así.

Cuando la señora consultó con su veterinario de confianza, el profesional fue terminante:

- Señora, si no la mata usted, la mato yo, porque la está midiendo para comérsela.

Hay historias que uno no sabe si creerlas, pero por las dudas...

El anochecer mastica el domingo de congregación familiar potenciado por el "día de". En una parada de 168, la abuela eterniza su rol materno y, a pesar del nimio tamaño de su quebradizo cuerpo, carga con estoicicidad el igual de cansado pero de menor resistencia nieto de tres años.

Mas allá de las ojeras y resoplidos se la rebusca para incitar al diálogo con su hijo, quien le responde con genéricos monosílabos, ensimismado en mandar mensajitos a quien sabe quien con su third generation cellphone que tanto contraste hace con la camiseta de boca campeón 2000. Su otro mano, la libre, frota su vertiginosa nariz, y eventualmente deja algún que otro recuerdo verdoso sobre el caño que sostiene el cartel con el recorrido. Ansiedad típica, contracciones rítmicas de mandíbula, cualquier cosa para evitar la depresión dominguera.

Finalmente el colectivo aparece. Y papá debe retomar su rol. -"Levantate chabón, que ni en pedo te llevo a upa", repite, mientras sacude con vehemencia al profundamente dormido (éste si) mocoso.

Un seco "chau" sin beso, y un empujón escaleras arriba al pendejo. A punto de arrancar, le pide al chofer que detenga la marcha. "¡Vieja, espera!" La madre se da vuelta y mira ilusionada. "¿No tendrás monedas para prestarme? Me quede sin cambio". Su monedero escupe tres de un peso. "¡Gracias! Chau viejita, feliz día".

Felíz día.

sábado, 18 de octubre de 2008

Eran cerca de las 9 de la noche y la avenida Córdoba parecía un campo de juego de laser shot. El semáforo verde se mostraba poco convencido de cambiar transitoriamente de color y cada vez más caminantes nos apilábamos en la orilla de la vereda a la espera de poder finalmente llegar al otro lado.

Un hombre de orejas peludas y menos de 60 años se paró a mi lado. Miraba fijo al semáforo. Una nena de pelos enroscados se paró delante de mis pies, abajo del cordón. Tenía en la mano una caja de cartón más grande que su cabeza y más ancha que su cuerpito; la revoleaba de norte a sur como a un barrilete.

La nena se paraba en la avenida para cruzar y daba un pasito atrás cada vez que algún colectivo parecía que iba a rebanarle el dedo gordo del pie. Tenía ese sexto sentido que algunos perros comparten de saber cuál es el momento justo para evitar ser atropellado.

Sin avisarle, el viento movió su caja barrilete y ella perdió la firmeza en un pie. Un taxi giró en la esquina. El espejo del auto le golpeó apenas la espalda. “Correte pelotudita”, le gritó el taxista. El hombre a mi lado estalló en carcajadas, por primera vez había quitado los ojos del semáforo. La nena, acostumbrada, siguió jugando con su barrilete. Segundos después todos cruzamos la calle.

viernes, 10 de octubre de 2008

B dice: buenas!como va??
A dice: para la mierda :D Y vos?
B dice: por?? yo bien
A dice: estoy jodiendo. En que andás?
B dice: Ah! Ja! Yo espero al técnico por lo del lavarropas
A dice: Ahhh. Sos todo un amo de casa
B dice: te conté lo que me paso, no?
A dice: nop
B dice: Murió el lavarropas. Prende la luz, pero no arranca. Debe ser el motor que esta cagado... O sea que me tengo que quedar esperando al técnico
A dice: Uh!.motor = plata. Es eso, o es el rotor de contención (?)
B dice: No sé, pero está en garantía. Me quieren hacer poner un peso y me los como crudos
A dice: Mmm...no, plata no te van a hacer poner, pero te van a dar muchas vueltas. Te dejan plantado, y esas cosas
B dice: Si, eso ya me lo espero
A dice: O se van a querer llevar el aparato.
B dice: ...lo cual te deja que seguramente no cambien una mierda, y pasen de vuelta recién a los 10 dias.
A dice: claaaaro... un martes, de 10:30 a 14:30
B dice: Por lo pronto, viene en 15'.
A dice: Exitos.

(Mas tarde)

B dice: Solucionado
A dice: En serio? Ya?
B dice: Si te digo lo que era te caes: era la puerta mal cerrada. Hay que cerrarla empujando, no con la manija, porque sino hay un pistillo que no se mete para adentro
A dice: Ja!
B dice: Sino prende la luz de encendido, pero como la puerta no esta bien cerrada no trabaja. Parece que todo el tiempo lo llaman por esto
A dice: O sea que el problema era tuyo... ya me parecia raro que te lo resolvieran tan rápido
B dice: Claro
A dice: ...
B dice: ...
A dice: puedo postear esta conversacion en un blog?
B dice: Sure. Suit yourself

jueves, 9 de octubre de 2008


“Tengo SIDA, con la plata que me da usted compro los medicamentos”, en un cartón mal cortado se ve escrito de una manera gruesa, muy primaria, con un pintura negra tipo de crayón. El portador de este supuesto cartel es un vagabundo que se pasea por las calles del barrio porteño de Congreso.

Este hombre tiene el estándar necesario para ser vagabundo: un jean terriblemente gastado, remera vieja, algo en los pies que en algún momento fueron zapatillas y su cara lo dice todo, hay hambre, sueño y necesita sus medicamentos.

El nacimiento de la calle Combate de los Pozos es hoy su escenario de pedidos. Se pasea de auto en auto para rescatar una monedita para la compra de sus remedios.

El semáforo le da la seña roja correspondiente para que nuestro vagabundo deambule entere los autos, toca en uno a uno las ventanillas.

Segundo round para el luchador de las monedas, primer auto, golpe negativo, segundo, golpe negativo, tercero una moneda de veinticinco centavos.

La recaudación comienza, el vagabundo obtiene su primera recompensa y sale de la calle aunque el semáforo siga en rojo. Por la calle un hombre ve lo sucedido mientras camina y espera al portador de SIDA en la vereda.

El hombre recibe al vagabundo en la vereda, desabrocha su sobretodo y la luz del día muestran que debajo de ese ropaje negro y oscuro lo hábitos.

El hombre lleva una camisa gris toda abotonada, unos pantalones al tono, un pañuelo de seda que tapa ese cuello blanco que hace más fácil reconocer al religioso.

El cura saca de su bolsillo un billete de dos pesos con su mano izquierda y con la otra, le hace la señal de la cruz cual enfermo que está a punto de morirse.

El vagabundo parece haber entendido el gesto a la perfección: El cura tapado solo quiere darle la plata para contribuir con su día pero es seguro que hubiese preferido otro tipo de ayuda antes que un billete de dos pesos.

Para cualquier creyente el gesto del cura es normal pero, la escena brindó otro espectáculo. La realidad fue que el religioso no mostró un claro hecho de beneficencia religiosa ni de ayuda solo le alegró la tarde al vagabundo que busca plata y no la cura para su enfermedad.

¡Los equipos ya están en la calle! Pintura roja para la línea 168, naranja para el 60 y azul, roja y blanca para el 152 de Palermo.
Avaaaaanza el 168 por el medio de Cabildo, toma la delantera y arremete con fuerza ante los impiadosos semáforos en amarillo. El 152 lo sigue de cerca pegadito a la cola imponente del colorado rabioso…. Está relegado el 60 en el último puesto, trata y trata pero no avanza, está parado en el medio del universo, sobrepasado por la situación que lo rodea. No da tregua el 168 que cancherea y se detiene a media avenida a levantar a una viejita (gran gesto del de La Boca) ¡¡¡¡UHHHHH!!!! ¡¡Casi se lo come!! Casi lo deglute el frenético 152 que parece enchufado de nuevo en la competencia…

Radiadores MAX, lo mejor en radiadores, lo mejor para tu auto

Toca y toca la bocina el amarillo de Constitución y se peeeeega a la cara izquierda del tricolor de Palermo. Avaaaanza y le roba por un instante el segundo puesto, la pelea para llegar primero a la intersección de Cabildo y General Paz está cada segundo más reñida.
¡¡¡¡Zarpaaaaazo del 60 a metros, qué digo metros, centímetros de la meta!!!!! Apasionante el desenlace, rueda a rueda, yanta a yanta lucha el 60 y el de Palermo que no pueden, no loooogran pasaaaar al 168 que circula imponente, pesado y a toda marcha esquivando taxis, peatones y pozos… y gana. GAAAAAAAAAAAANA EL COLORADOOOOOOOOOOO que le sale humo de la trompa.

¿Qué cobra referí?... No te preocupes, mañana sale el Olé. ¿Buscás deportes? Pensá en Olé.

Peleados siguen el segundo y tercer puesto. La disputa es a muerte entre el de Constitución y el 152 que se miran de reojo, se buscan, se odian y se dedican más y más bocinazos que solo ellos saben qué quieren decir y a quién van dedicados. Nadie se atreve a parar la marcha de ninguno de los competidores, Cabildo se hace angosta como una talita de queso y las langostas del suelo les abren el paso a estas máquinas para que arrasen con la línea de meta. ¡¡El 60 quedó detenido por un bache!! No supo esquivar, no pudo evitarlo y lo pasan ¡¡lo pasa el 152 en un momento de valentía inigualable, una muestra de coraje, de pasión por la camiseta y se lleva el segundo puesto relegando al pobre naranja al tercer lugar, el último de la tabla!! Una vergüenza para esta línea a la que parece pesarle en los motores el centenario que hace que recorre las calles de esta ciudad...

Con este resultado….

168, el colorado rabioso, primero y por abismal diferencia;
152, el corajudo, segundo;
Y tercero, qué digo tercero, tercerísimo el 60 del barrio de Constitución...

… terminó el partido.

(Esto ha sido una edicion especial de Radio Pasajero, porque desde arriba todo se ve mejor... o peor)

lunes, 6 de octubre de 2008

Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Lo malo, si poco, no tan malo.

BALTASAR GRACIÁN


Ojos que viajan por braguetas.
Corona rubia alquilada en la perfumería.
Las manos lejos del mostrador de la vida,
tallado a medida del uno setenta.

Corral tejido de piernas largas,
que absurdos tacos altos aplastan.
El circo de pasos apurados,
en puntas de pie ella se escapa.

La enana anda erguida por la calle.
Con sus caderas envueltas en blue jean
va rasgueando un tango de esquina,
y en el conjuro de su marcha se imagina,
que hace desaparecer a los gigantes.

sábado, 4 de octubre de 2008

El grupo de hinchas cuervos subió al colectivo, con un estado etílico importante, evidenciado de manera visual, auditiva y olfativa. Eran cinco solamente, pero eso bastó para causar la molestia del resto de los pasajeros. Unos pocos se bajaron, el resto prefirió quedarse. Después de todo no era la barra brava completa, tan sólo el grupo de los cinco, que alteraron el viaje rutinario y apacible.


Todas las personas tienen sus propios temores, y cualquiera puede admitirlos sin transformarse por eso en un cobarde. La muerte, la soledad, a volar en avión, a las enfermedades, a los bichos... Todos miedos y fobias muy comunes y perfectamente entendibles. Pero el pánico y la molestia que causa un grupo de hinchas exultantes cuando sube a un colectivo es un miedo real, palpable e irrefutable.

Las chicas reciben ¿piropos? a la fuerza, cargados de esa líbido de macho en celo baboso y chorreante de grasa, perfumadas con tetrabrick. Se oyen frases poco apropiadas para un momento de romanticismo, como "el caño del colectivo es éste" o "morocha, ese Macri es mucho para vos". Y es notable como la palabra Macri actúa como degradante para los oficinistas que tienen la obligación de portar saco y corbata. Un insulto clasista? Kirchnerista? Quién sabe...

A medida que avanza el viaje, el grupo de los cinco baja sus decibeles. Tal vez su equipo perdió. O mejor: quizás el vino les pegó en forma de sueño. Dos de ellos duermen con la boca abierta y unas cuantas muelas menos, otro sigue de bajón, y el resto sigue en su sorpresa infantil y primitiva de ver chicas lindas por la calle, babearse y no poder decir nada, absolutamente nada apropiado para que les den bola. Y pierden por goleada.

jueves, 2 de octubre de 2008


Prrrrrrrrriiiiiiii prrrrriiii. Chifla el guarda y arrancamos. Cinco segundos antes alcancé a zambullirme en el único lugar del tren en el que parecía haber un poco de aire para respirar, el furgón. Ese vagón al que voy a parar a cuando no encuentro asiento, y que me da otra perspectiva, desde un piso sin riesgo de aplastamiento. En general comparto la ronda con una mezcla humana distinta a la del resto de los carros. Esta vez, la demora en el servicio obligó a más de un oficinista a adentrarse en la selva, y todos los respaldos en potencia son un botín que ya fue disputado hace rato.

Desde una de sus esquinas, una guitarra destartalada se desparrama sobre todo el vagón, mientras conduce al canto de un muchacho. Poco original, pero digno de atención por insultar al silencio colectivo. Los pasajeros comentan entre sí, incómodos ante este tráfico ilícito de trova por sus puertos fuera del horario de visitas. “Relájense chicos, dale que esta la sabemos todos”, dice este obvio admirador de Manu Chao entre canción y canción. Es lindo. Lo miro un rato, pero ni me registra. Los presentes hacen equilibrio en la línea imaginaria que separa dos posibilidades: sufrir ante la invasión al mutismo crónico o aflojar los nudos de las corbatas y entregarse con palmas al fogón urbano. Un niño de unos treinta años me sonríe alentado por la situación. Debe ser de los que necesitan música fuerte y un trago en la mano para acercarse a una mujer. Me dice algo, yo intento una mueca y me doy la vuelta. El lindo promociona su programa en radio La Colifata, toca un tema más y se baja en Colegiales. Prrrrrrriiii prrrrrriiiii. Se cierran las puertas.

El silencio se alza otra vez orgulloso de un triunfo más. Las miradas se vuelven a esa lata sin ventanas que nos pasea por nuestras rutinas. Los proyectos de contacto de algún entusiasmado se borran con filosa indiferencia. Es clara la regla, para la dama y para el caballero, el que quiera hablar que se vaya a la peluquería.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Mientras la muchedumbre
huye de su prisión
de cuarenticinco horas semanales
por los siglos
de los siglos
y en filas desordenadas que llegan hasta la superficie,
se apelotona
y empuja
y codea
y prepara mental y fisicamente
para la batalla del asiento,
del otro lado
el andén vacío
y tres niños que bailan
la sopopífera danza del adhesivo,
presos,
libres,
meneando sus cuerpos,
palpando gustosos
la textura rugosa
de una mujer gigantografeada
que los observa
sin recelo.

 
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